TESTIMONIOS SOBRE EL Dr. DIE GOYANES

 POR EL DR. AGUSTIN UTRILLA

MI RELACION CON EL DR. DIE GOYANES

Dr. Agustín Utrilla, Director Médico del Hospital U. Ramón y Cajal 


Querido Alfredo, maestro, amigo:

Me encarga nuestro queridísimo Augusto García Villanueva que escriba unas líneas para iniciar el más que merecido homenaje que hace tiempo te preparamos y que el dichoso coronavirus no nos deja rematar.

Y lo que al principio me pareció tarea fácil, se me hace, sentado frente al ordenador, muy difícil. ¿Cómo resumir en un par de folios la inmensa sensación de respeto, agradecimiento y, más que nada, cariño, que te profeso desde que te conocí al empezar mi carrera en nuestro querido Ramón y Cajal, y que no han hecho sino aumentar con el tiempo?

Era el invierno de 1982 y yo, con 25 añitos, acababa de regresar de una corta estancia en el Massachusetts General Hospital, nada que ver, desde luego, con tu beca Fulbright y tu residencia en Washington y Nueva York. Allí tuve la ocasión de compartir quirófanos con los más grandes del momento. Gerald Austen, George Nardi, Hermes Grillo, Clement Darling.... Y volví con la congoja de pensar que, si no regresaba, nunca volvería a ver gente tan brillante. Claro que, entonces, aún no te conocía a ti...

Supe que quería ser cirujano vascular desde que conocí en profundidad la especialidad en Boston (aquí daba sus primeros pasos), y supe que quería serlo en el Ramón y Cajal desde que mi padre, ajeno por completo al mundo de la medicina, y su buen amigo Manolo Trujillo (brillante neuroradiólogo y "alter ego" de Sixto Obrador) concertaron una reunión con mi inolvidable y añorado Luis Alonso Castrillo, que buscaba el primer residente para su Servicio de Angiología y Cirugía Vascular.

Fue un auténtico flechazo, que me llevó, semanas después, al hospital, destinado durante mi primer año de residencia a la sección compuesta por los jovencísimos Augusto García Villanueva, Luis Cabañas y Pepe Salvador, que estaba bajo tu dirección. Han pasado 38 años, y aún recuerdo con nitidez mi felicidad de ese período en tu Servicio. Aprendí mucho y disfruté enormemente del cariño y trato próximo de todos vosotros.

Pasado ese primer año retomé mi aprendizaje de la Cirugía Vascular (esa por la que tu abuelo José seguramente mereció, al menos, compartir el Nobel que recibió Alexis Carrel hace más de un siglo) y a ella me dediqué durante más de treinta años... hasta que la vida, tan sorprendente a veces, me llevó de manera inesperada a la Dirección del Hospital en el año 2015, desde donde todavía trato de servir a la que considero mi casa.

Se preguntarán entonces quienes lean estas reflexiones el por qué de mi devoción (y, perdóname la confianza, del aprecio que se que también tu me tienes) si nuestra relación profesional, de maestro a discípulo, apenas duró un año, con la salvedad de alguna colaboración quirúrgica puntual a lo largo de los años siguientes hasta tu jubilación en 1997. Hay muchos motivos, que quizás algunos, menos cómplices o afines en actividades extraprofesionales, no lleguen a entender.

Me emociona aún recordar el último día que nos vimos. Estaba mediado el mes de Noviembre, y estabas tú ingresado por un pequeño desarreglo pulmonar. Ha pasado mucho tiempo, pero la tormenta que nos azota desde finales del mes de febrero no permite muchos acercamientos...

Fui a visitarte prometiéndome a mí mismo no molestarte más de cinco minutos. Te encontré levemente disneico, pero jovial, animoso y, como siempre, brillante conversador... así que la visita se alargó. Mucho. Muchísimo. Y nos dio tiempo a repasar tantas y tantas cosas que nos acercan y de las que, a veces, hemos disfrutado juntos. Esas que hay gente que no alcanza a entender bien.

Recordamos entre risas, aunque con inevitable nostalgia, aquellos festejos que yo, imberbe residente, organizaba para asistir con un nutrido grupo de cirujanos a los toros en San Isidro, para luego cenar en el desaparecido "El Maño", tasca humilde en la que se comía mucho y bien. Festejos a los que, para sorpresa de muchos, acudías habitualmente con tu mujer. Creo recordar que ella - qué buen recuerdo - disfrutó mucho de aquellos encuentros, tan informales como divertidos.

Hablamos, como no puede ser de otra manera, de nuestra común pasión madridista. Otro campo en el que uno se empequeñece hablando contigo. Yo, tan orgulloso de ser - salvo error u omisión - el más antiguo socio madridista (1968) del Hospital desde que se jubiló Jerónimo Saiz; compromisario en repetidas juntas directivas, insignia de oro del club.... Y tú sacas tu carnet nº 35, con antigüedad de Diciembre de 1940. Eso sí es pertenecer al auténtico sanedrín... Aunque tuvimos que esperar a tu jubilación para volver a ganar Champions: la ansiada séptima en el 98, y de ahí en adelante otro montón de ellas.

Nos retamos, como otras tantas veces, para echar una buena partida de mus, conocida como es nuestra pertenencia a legendarias peñas de tan noble juego, teniendo la tuya sede en "La Gran Peña", de gran solera en Madrid. Ahí no me siento en absoluto inferior, aunque ahora estemos los dos claramente desentrenados por las limitaciones de reunión que nos vienen impuestas en los últimos meses. Pero soy optimista. Me veo echando una partidita en primavera. Dios lo quiera.

Te conté entonces que estaba yo con la emoción de esperar mi primer nieto que, seguro te habrá contado tu hijo Javier, está ya con nosotros desde hace unos meses, nacido el 15 de Mayo, Día de San Isidro (así de chulo) y, como no podía ser de otra manera, Socio del Real Madrid desde el mismo día de su nacimiento.

Y, cómo no, hablamos de tu hijo Javier, brillante profesional, trabajador, prudente y leal, condición ésta muy importante, cuando todos vemos a diario como la lealtad cotiza a la baja en tantos ámbitos de nuestra sociedad. Un poco cenizo en lo que a las expectativas futbolísticas se refiere, quizá para compensar mi inquebrantable optimismo, pero casi tan madridista como nosotros. Sé casi a diario de ti por la información que él me da y celebro saber que las cosas te van bien.

Espero, como todos, que la Covid-19 que tanto nos está haciendo sufrir sea pronto sólo un mal recuerdo. Volveremos a vernos, a charlar, a echar ese mus que se nos resiste, a ver la decimocuarta... a hacer esas cosas que algunos no entienden.

Hasta entonces recibe el más grande de los abrazos, maestro, amigo. 

Madrid, Septiembre 2020.